Paulina de los Reyes vive en Uppsala desde hace tiempo. Aunque no nació aquí, ha pasado su vida adulta en este país y, como ella misma observa, sabe más de Suecia que se ningún otro sitio y es el lugar que mejor conoce en el mundo. Le pregunto de dónde se siente y me parece que es una cuestión que está fuera de lugar, dado que hablo con una reconocida investigadora de la Universidad de Uppsala en temas de inmigración, que conoce bien la perversa relación entre orígenes nacionales y definiciones personales.
Siento que saber de dónde es, interesarme por ese dato, me sirve para revestir a la persona que tengo enfrente con el traje de las ideas preconcebidas que mi mente alberga sobre ese país. Me sirve para no tener que esforzarme en conocerla en su individualidad, para poder abandonar la zona incómoda de la ignorancia y la exploración, y sujetarme a los confortables lugares comunes de las identidades nacionales.
Coincido con Paulina de los Reyes alrededor de una taza de té y le pregunto cómo es la inmigración en Suecia. Lo que escribo a continuación no es más que un pequeño resumen de la cantidad y calidad de conocimiento que Paulina generosamente comparte conmigo en esta tarde calurosa del otoño sueco.
Decir ser mujer en Suecia no basta para comprender la realidad de las mujeres aquí. Se puede ser una mujer nórdica o inmigrante. Si eres nórdica, no es lo mismo ser sueca que finlandesa. No en vano las finlandesas vinieron a Suecia a trabajar, después de la segunda guerra mundial, en el servicio doméstico, restaurantes o empleo subalterno. De alguna manera, fueron ellas las precursoras que sentaron las bases del acceso de las mujeres suecas al empleo remunerado, de la liberación de las tareas de cuidado de menores y mayores, del actual sistema de servicios sociales. Aunque todavía quedan signos de la asumida superioridad sueca sobre la identidad finlandesa, la presencia de otras nacionalidades, mucho más dispares, ha reforzado la noción y construcción de la identidad nórdica.
O puedes ser chilena o somalí, y haber llegado al país como refugiada política. Y no es lo mismo lo uno que lo otro; no lo es en un lugar donde las diferencias físicas llaman poderosamente la atención, donde existe una gran segregación y discriminación en todos los órdenes, sea en la escuela, en el mercado de trabajo, en el acceso a vivienda o en el sistema público. La nacionalidad determina en gran medida tu capacidad de inserción en el sistema de vida sueco. No se trata sólo de conocer el idioma ni de amoldarse a las costumbres, al frío o a los incentivos del estado del bienestar.
Si eres inmigrante es posible que vivas en un barrio de inmigrantes, que vivas de un subsidio o en trabajos de escasa cualificación o, como dice Paulina, si te integras en los estándares de éxito sueco te construirás siempre como una anomalía. Así, te preguntarán una y otra vez si perteneces a una familia sueca, si eres una persona adoptada, de dónde eres o de dónde son tus padres. Pareciera difícil de creer que si no eres lo más sueco o sueca posible puedas haber llegado tan lejos.
Tendrás que vivir con la expectativa de que sean los subsidios los que te mantengan vivo y eso provocará que siempre desees hacer saber que tienes un trabajo, que tú no eres una de esas personas inmigrantes que no saben ganarse la vida.
Si eres mujer extranjera, probablemente tailandesa, y te has casado con un sueco, gozarás de un permiso provisional de dos años, después de los cuales conseguirás la residencia sólo si la relación continúa. Para Paulina, ésta es una pequeña muestra de cómo la etnicidad y el género se entrecruzan constantemente, y opina que en Iniciativa Feminista no le prestan suficiente atención a la violencia pública, la del Estado, haciendo uso de su autoridad para decir quién es o no merecedor de vivir en Suecia, cuál es el código para acceder a los derechos, cuál el valor de ser o no ser de aquí.
Para Suecia y sus nacionales, el elemento extranjero sirve para construirse en su identidad sueca, en su identidad nórdica. Para construirse en positivo, claro está, para gozar de la posibilidad de sopesar las diferencias y decidir que lo sueco es mejor, que lo extranjero no alcanza los estándares de calidad, que parece más torpe, menos cualificado, inferior…; en definitiva, menos sueco.
Como siempre, los roles, los estereotipos, las dificultades para aceptar las diferencias, la necesidad de empoderar a un grupo a costa de otro está presente también en el discurso de la integración en Suecia. En un país tan complaciente con sus propios logros y conquistas y con unos consensos universales sobre las políticas públicas, las bondades del trabajo remunerado y del estado del bienestar, la confianza ilimitada en lo público, el discurso permanente de "lo correcto", "la buena ciudadanía", "la disciplina"..., Paulina de los Reyes se acerca a los postulados de Iniciativa Feminista cuando advierte que el discurso de la diversidad y el respeto a la diferencia ayuda a camuflar los mecanismos de la discriminación. El colectivo "mujeres", así como el colectivo "inmigrantes", presenta suficientes variaciones en sí mismo como para convertirlo en un artificio. Pero no debemos olvidar que lo que les identifica como grupo es un hecho irrebatible: la discriminación.
Priya